Publicado por: Information Technology - Octubre de 1996 - N° 97
Autora: Nora Fusillo
Los quejosos y los resignados
Cada día es más notorio cómo se van armando dos grupos: el de los que piensan de manera positiva, se cargan de energía positiva, siguen sus propios sueños, su intuición, y llegan por ello a lo que quieren, y el de aquellos a los que esta endemia del pensar negativo, y peor aún del vivir en el resentimiento los ha tomado. A los primeros voy a dejarlos de lado porque no son precisamente los que se detienen.
Entre los mal llamados pesimistas puedo distinguir primero a los que denomino quejosos o lamentosos. Gente que ante todo opta por quejarse. Se va lamentando de todo lo que le ocurre, se coloca en el lugar de víctima. ¿Cómo es que le pasa esto a él? Y entra en ese rollo de la película española "¿Qué hice yo para merecer esto?" Busca hombros sobre los que llorar y da por sentado que está siendo víctima de una especie de confabulación externa. Incursiona en un símil del juego de la mancha venenosa, creyendo que le traslada el problema al otro al contárselo, pero no se da cuenta de que el alivio que consigue es sólo ficticio.
Y si un amigo tiene propuestas para hacerle, si pretende no dejarlo seguir encapsulado en el túnel, si quiere que vea que hay caminos que se abren, que hay un puente, va a tener que hacer seguramente un esfuerzo maquiavélico para convencerlo. Esto de quejarnos y de esperar que los demás nos acompañen en nuestro lamento es una actitud muy argentina y muy del tango, muy de la tristeza que aflora hasta en la zamba; la cultura del lamento cantada está muy arraigada en nuestro pueblo y hemos llegado hasta a encontrarle la poesía.
Ser fatalista resulta más cómodo. Uno ve cómo fue el pasado y entonces hace una proyección de cómo va a ser el futuro, una copia fiel de lo que viene ocurriendo. Energéticamente esta gente quejosa apuesta siempre a lo peor, a la desgracia, y, sin saberlo y por actuar de ese modo, contribuye efectivamente al deterioro de su vida en todos sus aspectos y a la involución de la especie humana refiriéndonos a otro nivel.
Hay un segundo grupo que vale la pena destacar: el de los conformistas o resignados por anticipado. En este caso se trata de gente que cuenta con logros en ciertas áreas de su vida pero que parte de la premisa de que "todo no se te puede dar." Entonces hace una suerte de ley de compensaciones interna asumiendo esta creencia equivocada. Además, se empieza a escudar en frases poco convincentes pero muy corrientes del tipo de "le pasa a la mayoría", y, cuando se cruza con excepciones, las utiliza para confirmar que la excepción justifica la regla o las atribuye a la suerte o casualidad de algunos. Así es como se fortalecen creencias negativas tales como "todos tienen problemas con los hijos adolescentes" o "el matrimonio tarde o temprano entra en una rutina" o "me va como al país." Se justifican, se resignan, bajan la guardia pero a la vez quedan insatisfechos porque sienten que de alguna manera están renunciando a ese derecho tan natural que es el de ser feliz.
Del túnel a la autopista con carriles diversos
Creo que ambos grupos actúan según reglas de comodidad mal entendidas o según una errónea aplicación de la ley del menor esfuerzo. Eligen el camino de quejarse o resignarse y esperan que la situación adversa cambie sin tomar ellos responsabilidad, sin iniciar el cambio, sin decirse "por este camino me va mal entonces ¿qué puedo hacer para que esto deje de pasar?" Se resisten con obstinación a ver que en el fondo todo lo que les ocurre tiene que ver con decisiones que tomaron en algún momento, que todo cuanto les sucede responde a una ley de causa-efecto.
Entonces, tomar conciencia de que en cada momento estamos decidiendo es comprender que el presente, a la vez que determina nuestro futuro, recrea el pasado, y que la apertura posible consiste en corregir el rumbo haciendo algo diferente.
Vale como ejemplo señalarles que en este mismo instante ustedes están decidiendo si darle entrada a lo que dice este artículo o no.
Si realmente queremos llegar a la raíz del problema, si honestamente nos disponemos a adoptar una actitud positiva, vamos a encontrarnos con un sinfín de posibilidades que no habíamos advertido antes aunque fueran obvias. Vamos a encontrar que cuando damos el primer paso, el entorno, la providencia, como en un gesto de complicidad y gentileza, nos devuelve al menos dos para ayudarnos.
Cuando nos decidimos a ubicarnos en la sinergia de ir para adelante, empieza a enhebrarse esta cadena solidaria de la que nosotros sólo colocamos el primer eslabón. Seguramente vamos a entrar por casualidad a una librería y vamos a salir con el libro que en ese preciso momento necesitábamos leer o vamos a estar haciendo zapping en el cable y vamos a toparnos con un programa o una película en la que alguien nos diga algo que pareciera estar dirigido exclusivamente a nosotros o vamos a encontrarnos justamente con aquella persona que nos pueda dar una mano porque le vamos a dar la posibilidad de que lo haga, vamos a estar abiertos a sugerencias que antes no existían en nuestro repertorio.
Cómo desplazarnos de la actitud de queja y resignación a la de elección libre
Ya aludimos a que de nosotros depende el adoptar una actitud creativa y activa. Pero, ¿cómo podemos hacer para cambiar el signo de nuestra energía, para poder aprovecharla para avanzar, ya que como dice Lauro Trevisán "pensar en positivo o en negativo cuesta lo mismo"? Yo propongo ante todo intentar aceptar las circunstancias tal cual se nos presentan sin oponerles resistencia y con una actitud de básica humildad. Y preguntarnos ¿qué puedo aprender de esta experiencia disgustante y por qué llegué a ella? o ¿cómo puedo hacer para que esto que estoy padeciendo ahora me sea útil a mí pero también a otros?
Sabemos que nada sucede por casualidad: en realidad a cada acción se corresponde una reacción proporcional. Cosechamos lo que sembramos. El primer gran salto entonces, creo yo, consiste en aceptar la parte de responsabilidad que nos cabe en aquello en lo que no nos fue bien, sin culpar a nada ni a nadie -incluyéndonos a nosotros mismos- y viendo en cada inconveniente una oportunidad para transformar esa experiencia en otra de mayor beneficio. Dejo atrás toda actitud defensiva y también me alejo de estar preocupado permanentemente por tener razón o por imponer mis puntos de vista.
Renuncio a querer convencer a los otros o a justificarme.
El giro radical lo marca empezar a evaluar por qué decido de un modo y no de otro en cada momento. Lo que decida -o no- hoy está modelando decisivamente mi futuro. Puede ser útil empezar a preguntarme qué consecuencias concretas va a acarrearme esta decisión que estoy tomando ahora y si va a traer felicidad y realización para mí y para aquellos a quienes va a afectar. Es conveniente o más bien un imperativo por esa unidad sico-física que somos que, antes de tomar cualquier decisión, escuche lo que mi cuerpo tiene para decir, que preste atención al mensaje de bienestar o malestar físico que me esté emitiendo.
Cuando cambiamos el rumbo, cuando nos decidimos a probar otro camino, casualmente pero no por casualidad empiezan a salirnos al encuentro opciones que nos van conduciendo por una nueva pista, soleada y disparadora de un entusiasmo y de unas ganas de hacer sin precedentes. Simplemente es cuestión de creer; nuestra fe despliega nuestra creatividad y nuestra capacidad de ser y hacer en concordancia. El tener entonces se producirá naturalmente.